domingo, 12 de agosto de 2012

LECTURAS DE VERANO: GARCÍA MONTERO, MARKARIS, WOLF








Mientras el BCE se congratula del hecho que en España la renta salarial disminuya drásticamente en el próximo año, que los costes empresariales sean mínimos – en cotizaciones sociales, porque ya conocemos que los empresarios declaran que sus ingresos medios no superan a los de un mileurista – y que en fin la banca siga con sus óptimas inversiones sin ningún riesgo  ni responsabilidad  porque se sabe cubierta por el Estado, el verano transcurre, africano en el centro y en el este peninsular, más amable en el noroeste en el que se halla el titular de este blog. Y en este cuadrante noroeste se aprovecha el descanso estival  para llevar adelante ciertas lecturas de verano.

 
Aunque se inscriben en géneros literarios distintos, todas las lecturas hablan sobre la crisis desde lugares diferentes.

 
La primera es una forma explícita de resistencia a los procesos destructivos del capital y de su creencia autoritaria en la desigualdad social como causa eficiente de la riqueza material. Luis García Montero ha escrito un hermoso libro, Una forma de resistencia (Algaguara, Madrid, 2012), que presentó en público en la Fundación 1 de mayo ante una audiencia entusiasta, entre la que se contaba quien esto escribe. Luis García Montero es un magnifico poeta y a él se debe el título del blog hermano “Ciudad Nativa” como también son de García Montero los versos que abren el acceso a esa bitácora.
Una forma de resistencia es un libro que descansa sobre un recuento de las cosas en las que queda enredada la vida de las personas. Dice Luis García Montero que los dramas sociales y las especulaciones se acaban concretando en la angustia de unos seres humanos obligados a separarse de sus cosas para convivir con la hostilidad de un mundo extraño. Contra la llamada destrucción creativa del capitalismo, las metáforas y las cosas intentan conservar una voluntad humana de amor por la vida, un respeto por el pasado que somos. Y en la evocación de esas cosas – la butaca, las gafas, las tarjetas postales, los relojes, las copas, los libros dedicados – aparece el aprecio de las mismas, no el precio de éstas, como un paisaje de la propia existencia, los fetiches del recuerdo que transforman en un deseo de rebeldía, una forma de resistencia que se basa en un mundo con contenido y con historia alejado del espacio vacío y abstracto que marca el dinero y la forma de la mercancía. Sin ceder a las ganas de rendirse a la imposibilidad de argumentar, opinar o simplemente existir como sujeto activo en una democracia de reglas no democráticas, el poeta abre su memoria de madera y su melancolía de forma optimista a las cosas del futuro para dejar a nuestros herederos un lugar, no un descampado. El mundo que se merecen, con historia, generosidad y sentido, sin hipotecas ni fantasmas. Existir no puede ser un ejercicio permanente e insaciable de devorar el vacío. La lección que transmite este hermoso libro es que el aprecio de las cosas habla de un mundo lleno, con dolor y amor propio, donde la vida cuenta, donde la vida cuenta con atención sus cosas.

 
Petros Markáris ha construido un personaje, el comisario de policía ateniense Kostas Jaritos, muy alejado de los moldes del investigador privado marginal y marginado por el sistema, el “ojo privado” que ofrece una visión desencantada y crítica de la sociedad, al estilo de Pepe Carvalho, pero también de las creaciones literarias de policías atípicos como su pariente siciliano, el comisario Montalbano. Jaritos es un funcionario bastante común, con una vida familiar ordinaria y una existencia burocrática normalizada, que manifiesta una ironía profunda ante el transcurso de las cosas y de los hechos que se presentan como enigmas por resolver. En la novela Con el agua al cuello (Tusquets, Barcelona, 2012), el marco histórico en el que se desarrolla el relato es el correspondiente a la Grecia de la crisis del euro, en el 2010, y es la crisis en efecto el verdadero protagonista de una historia en la que, para intriga del lector, son decapitados consecutivamente un importante banquero, un relevante exponente de las agencias de calificación o rating, un prestamista y un agente de cobros en impagados.  Grecia y Atenas en continuas manifestaciones y cortes de tráfico, la tutela de la acción de gobierno desde el exterior, la degradación de las condiciones de empleo y de protección social de los empleados públicos y de la clase trabajadora – pero de manera muy detallada respecto de la policía, los médicos y los profesores – la persistencia del paro y la ruina de los pequeños empresarios, la presencia continua de un mercado negro y de una inmigración irregular sobre la que se hacen recaer tantas sospechas, conforman el paisaje inolvidable de la trama. Grecia como un espejo que explica la encrucijada de los países periféricos europeos y el futuro de unas condiciones de vida cada vez más degradadas para sus habitantes, víctimas de las políticas del rigor impuestas violentamente desde las autoridades monetarias europeas. 

 
La tercera de las lecturas del comienzo del mes de agosto se relaciona también con la crisis y el capitalismo expropiador de las conciencias y de las existencias de las personas, pero de una forma menos directa. La escritora alemana – germano-oriental – Christa Wolf, pasó un curso académico en 1991-1992 en la Universidad de Santa Mónica, en California. Se ausentaba así de su “pequeño país”, Alemania, tras los acontecimientos de 1989-1990 que habían producido el “cambio” que puso fin a la RDA y la inclusión del Este en la República Federal. En La ciudad de Los Ángeles o el abrigo del Dr. Freud (Alianza, Madrid, 2012), la autora hace el relato novelado de esa estancia como forma de plantear una serie de reflexiones sobre el “ser” alemán: la culpa  por el genocidio y la guerra generada por el nazismo y las clases dominantes alemanas, el fracaso y la culpa de pertenecer a la Alemania socialista. Christa Wolf es comunista y demócrata, y en la novela explica su vida y el aprendizaje político, intelectual y emocional durante su existencia en una Alemania que reaccionaba frente al infierno del nazismo y de la guerra y quería un mundo diferente. A fin de cuentas, de preguntas retóricas queríamos prescindir. Era evidente que la antigua sociedad, cuyas clases dominantes habían causado la catástrofe, había de sufrir un vuelco completo. Era evidente que los hasta ahora oprimidos habían de recibir su oportunidad. Y la recibieron. El Estado favorecía a la gente pobre, familias en cuyo seno habían nacido hasta entonces mujeres de la limpieza y obreros de fábrica ponían a estudiar a sus hijos e hijas, en las universidades había un espíritu de renovación ¿era eso poco tal vez? El relato no es para nada lineal, se intercala y reaparece fragmentariamente, a medida que se describen relaciones y discusiones, paseos  y paisajes americanos.

Christa Wolf fue muy crítica con el socialismo implantado en la RDA, una vez que comprobó que no se dirigía hacia una transformación real de las condiciones culturales y sociales de la población. Fue perseguida y vigilada por la Stasi, y como anticapitalista resultó asimismo una persona no querida en el oeste, incluso con una breve temporada en una prisión del Berlín oeste en 1951. En el libro se desvelan los retazos y los restos de la memoria de esa presencia incómoda del intelectual crítico. Un hecho banal, haber colaborado marginalmente en 1959 en una investigación dirigida por la policía política germano-oriental, sirve para que en 1991 la prensa alemana democrática la convierta en una sicaria de la dictadura estalinista. De esta forma su existencia democrática, socialista y anticapitalista, quedaba anulada ante ese “colaboracionismo” con una policía política que, apenas cinco años después de esa “colaboración”, comenzaría una larga e intensa persecución contra ella, con internamientos en centros psiquiátricos, censura y ostracismo. Pero ese episodio, que en la novela la autora conoce en su período de estancia americano, es el eje de una reflexión dialogada sobre el socialismo y la historia del siglo XX. Hay muchas más cosas dentro de La ciudad de Los Ángeles o el abrigo del Dr. Freud, pero seguramente la centralidad de este punto explica su tardía publicación, 2010, un año antes de la muerte de su autora, el 1 de diciembre de 2011, y la importancia  que tuvo para su reflexión sobre la memoria y la acción colectiva emprendida. La dificultad de explicar lo vivido, de entender la utopía en la realidad concreta que es objeto de la existencia, y de hacerlo desde un país como Estados Unidos en el que la palabra comunismo genera una reacción negativa de manera inmediata, es uno de los ejes de la narración. Los hechos, alineados unos junto a otros, no dan como resultado la realidad, entendéis. La realidad tiene muchos estratos y muchas facetas, y los hechos puros y duros son su superficie. Las medidas revolucionarias pueden ser duras para los afectados, los jacobinos no se andaban con chiquitas, los bolcheviques tampoco. Nosotros no habríamos negado que vivíamos en una dictadura, la dictadura del proletariado. Una época de transición, una época de incubación del hombre nuevo, ¿entendéis? “Quienes queríamos preparar el suelo para la amabilidad no podíamos ser amables nosotros mismos”, a eso me atenía yo. No amábamos nuestro país tal como era, sino tal como iba a ser. Tal como es no seguirá siendo, de eso estábamos convencidos.

Hay más cosas, en efecto, en el libro de esta escritora siempre compleja y sugerente. Juega con los sentidos del idioma, las diferencias sustanciales entre la conceptualización de las cosas y de los sentimientos en alemán y su dificultad para hacerlo en inglés. Aparece un contrapunto entre el exilio alemán, preferentemente judío, y su relación ambivalente con Alemania, descripciones muy sustanciosas y precisiones  sobre la política y la economía de Estados Unidos y sobre el tratamiento de la realidad social en los medios de comunicación – los “motines” raciales de South Los Angeles en 1991 – su actualidad política y el unilateralismo norteamericano en materia internacional, con el arranque de la primera guerra de Irak. Pero también sobre aspectos menos conocidos como el rastreo de la emigración alemana antinazi de los años 30, de Brecht a Thomas Mann, que recrearon “Weimar bajo las palmeras” de Los Ángeles hasta su posterior diáspora mediante la actuación del Comité de Actividades Antinorteamericanas. Describe bellísimos paisajes, hace saber cómo el tiempo pasa, y cómo la inmensa fuerza de atracción de los muertos, del pasado, no debe condicionar el presente, la búsqueda de nuevos caminos, el gran viraje hacia un replanteamiento del mundo y de su transformación, hacia el comienzo, que sólo obstaculiza la edad.

Un hermoso libro sobre la crisis, como se ha pretendido mostrar.

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