viernes, 8 de febrero de 2013

LOS PRESUPUESTOS ECONÓMICOS E IDEOLÓGICOS DE LA REFORMA LABORAL










En la entrada de ayer se subrayaba la importancia de presentar a la opinión pública una matriz cultural diferente a la “gran narrativa” hegemónica sobre el trabajo y su regulación social y jurídica. En un momento en el que el centro del debate público se sitúa en la crítica – absolutamente necesaria – a las actividades ilegítimas del Partido Popular y sus dirigentes, descubierta la monumental trama de corrupción que aflora en las más altas instancias del mismo y que afecta al máximo nivel de sus responsables, es importante reparar en el sentido y la función de las políticas que se presentan como elemento central del discurso ideológico y de gobierno del autodenominado centro-derecha en un contexto de crisis económica. En esta ocasión, se trae a colación la intervención de Maria Luz Rodriguez, profesora titular de Derecho del Trabajo en la UCLM y miembro de Economistas frente a la crisis, un colectivo que mantiene posiciones críticas y rigurosas opuestas a la doxa dominante en el pensamiento económico. Maria Luz Rodriguez presentó el libro “No es economía, es ideología”, obra de este grupo, y de su intervención, que se puede conseguir íntegra en la página www.economistasfrentealacrisis.com , se publica aquí una importante parte, dedicada a la relación entre los presupuestos económicos e ideológicos que están detrás de la reforma laboral.




ECONOMIA, IDEOLOGIA Y REFORMA LABORAL.



María Luz Rodríguez. Profesora Titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social (Universidad de Castilla-La Mancha).  Ex Secretaria de Estado de Empleo. Miembro de Economistas Frente a la Crisis.

Uno de esos valores ideológicos que se han presentado siempre como verdades científicas es que la devaluación de los salarios crea empleo. La tesis es aparentemente sencilla: como se concibe el trabajo como cualquier otra mercancía, se piensa que bajando su precio habrá más empresas que lo compren. Aplicando este axioma a la situación de desempleo terrible que vivimos en nuestro país, se entiende que, bajando los salarios, habrá más empleo. Más aún: como vivimos en una economía global y necesitamos ser competitivos a escala mundial, devaluando los salarios (ya que no podemos devaluar nuestra moneda) podemos hacer crecer nuestras exportaciones y atraer hacia nuestro país inversión extranjera. Todo lo cual se traduce, al menos en teoría, en un incremento del empleo.

Claro que lo anterior requiere una reforma laboral que impulse mecanismos de rebaja salarial (el llamado “descuelgue salarial” es uno de ellos) y deteriore el poder de negociación de los sindicatos y la vitalidad de la negociación colectiva, a fin de que sean las “circunstancias del mercado”, en este caso, el miedo a perder el empleo en un país con casi 6 millones de personas en el paro, las que marquen los salarios, naturalmente a la baja.

Ese es, tal cual, el diseño “de libro” de la reforma laboral de 2012. Que ha venido a sumarse a la devaluación salarial que ya estaba en marcha desde 2009 y que se ha hecho más intensa a partir de 2011: desde ese momento no han dejado de bajar los incrementos salariales pactados (del 2,44 por ciento en 2011 al 1,31 por ciento en 2012), la remuneración por asalariado/a (variación interanual de 0,7 por ciento en 2011 al 0,5 por ciento en 2012) y los costes laborales unitarios nominales (variación interanual del -1,4 por ciento en 2011 al -2,6 por ciento en 2012) y los reales (variación interanual del -2,4 por ciento en 2011 al -3,0 por ciento en 2012). Y, sin embargo, no se crea empleo; al contrario, se destruye.

La devaluación salarial en curso no está creando empleo, sino causando paro y dolor a la sociedad.

Los datos del último año son dolorosos, pero evidentes: 380.949 parados/as más en las estadísticas de paro registrado, que alcanza el récord histórico de 4.980.778 personas registradas como desempleadas; 778.829 afiliados/as menos a la Seguridad Social; una pérdida de más de 850.000 empleos y un incremento del número de personas desempleadas que supera las 690.000. No sé si es a esto a lo que se refería la Ministra de Empleo y de Seguridad Social cuando decía sentirse “muy moderadamente satisfecha de la reforma laboral”. A mí me parecen, sinceramente, cifras terribles, que vienen a demostrar que la devaluación salarial en curso no está creando empleo, sino causando paro y dolor a la sociedad.

Como sucede con la propia austeridad, ya que, desde el segundo trimestre de 2012, los recortes en gasto público están provocando graves pérdidas de ocupación en el empleo público, más altas incluso que las habidas en el empleo privado (en el último trimestre de 2012, la ocupación baja un -6,98 por ciento en el primero frente a un -4,30 por ciento de pérdida de ocupación en el segundo).

Estos mismos datos de pérdida de empleo e incremento del número de personas en desempleo sirven para desvelar otro de los valores ideológicos hechos valer como axiomas científicos. Hemos escuchado una y otra vez que el coste del despido estaba frenando la creación de empleo, como si lo que hay que pagar por destruir un puesto de trabajo en el futuro influyera decisivamente en la creación del mismo en el presente. Siguiendo este sendero, la reforma laboral de 2012, profundamente ideológica en este y otros muchos aspectos, rebaja la indemnización por despido y lo facilita considerablemente, al eliminar la autorización administrativa en los expedientes de regulación de empleo.

Hay una estrecha correlación entre la facilidad para despedir y el incremento de los despidos: desde que entró en vigor la reforma laboral de 2012 se han incrementado los despidos.

Los resultados no se han hecho esperar. Acabamos de ver que no se crea empleo, sino que se destruye. Pero hay más: desde que entró en vigor la reforma laboral de 2012 se han incrementado los despidos. Lo que viene a confirmar que, más que una relación entre el coste del despido y la creación de empleo, lo que existe es una estrecha correlación entre la facilidad para despedir y el incremento de los despidos. En efecto, en 2012 ha habido más de 1,9 millones de despidos, frente a los 1’7 millones que se produjeron en 2011 (un incremento en el número de despidos de casi un 11 por ciento). Se han incrementado los despidos individuales basados en causas económicas (pasando de 173.535 a 261.508); pero, sobre todo, se han incrementado los despidos colectivos basados en esas mismas causas, los conocidos como expedientes de regulación de empleo. Con datos de noviembre de 2012, es decir, a falta de un mes para concluir el año, ya son casi 89.000 los despidos de esta clase, la cifra más alta de despidos colectivos de toda la crisis económica. Consecuencia, sin ninguna duda, de haber eliminado la autorización administrativa para poder llevar a cabo esta clase de despido y haber descompensado, por esa vía, el poder de negociación de los/as trabajadores/as en los procesos de reestructuración empresarial.

Un año después de la reforma laboral no parece que se negocie más rápido, ni tampoco que se negocie mucho más en el nivel de la empresa.

Un último valor ideológico utilizado como verdad científica al que me quiero referir es al del dinamismo y la capacidad de adaptación al entorno de la negociación colectiva. Se había insistido mucho que nuestro modelo de negociación colectiva no poseía la capacidad de adecuarse al rápido devenir de los acontecimientos económicos. Primero, porque tardaban mucho en renegociarse los convenios colectivos y, después, porque apenas si teníamos negociación colectiva en la empresa. Nuevamente la reforma laboral de 2012 hace suyos estos valores e incorpora las dos “recetas científicas” para acabar con estos problemas: la limitación del periodo de ultra-actividad del convenio colectivo a 12 meses de duración (antes duraba hasta que se firmaba el nuevo convenio colectivo) y la prioridad absoluta de la negociación colectiva en la empresa, sin ningún tipo de ligazón con la negociación colectiva sectorial, en un país en el que más del 86 por ciento de las empresas tiene menos de 10 trabajadores/as.

Un año después, no parece que se negocie más rápido, ni tampoco que se negocie mucho más en el nivel de la empresa. Teniendo en cuenta los convenios colectivos registrados en 2012, el porcentaje de trabajadores/as con convenio de empresa ha aumentado en menos de 2 puntos, pasando del 8,77 por ciento en 2011 al 10,61 por ciento en 2012, con lo que, verdaderamente, la estructura de la negociación colectiva apenas ha sufrido cambios.

La que sí está sufriendo con los cambios producidos en su regulación es la propia negociación colectiva. El número total de convenios colectivos registrados en 2012 (2.611) es el más bajo de toda la crisis económica y el más bajo también de toda la serie histórica. Es decir, se están negociando muchos menos convenios colectivos de los que se negociaban con anterioridad. Pero lo peor es que el número de trabajadores/as a los que los convenios colectivos registrados en 2012 dan cobertura (6 millones) es también el más bajo de toda la crisis económica y hay que remontarse hasta 1982 para encontrar otro más bajo en toda la serie histórica. Conclusión: la negociación colectiva se está desvitalizando y el modelo de relaciones laborales está perdiendo las propiedades de que le nutría la misma: mayor igualdad entre trabajadores/as y empresarios/as, mejor redistribución de rentas y más democracia en las empresas.

Bien, con los datos que acabo de esgrimir, creo haber demostrado que la devaluación salarial no necesariamente crea empleo, pero empeora la calidad de vida de los/as trabajadores/as y sus familias, y es muy posible que esté en la base de la fuerte depresión de la demanda interna que hoy cercena la capacidad de crecimiento de nuestra economía.

También hemos visto que las facilidades para despedir lo único que engendran son nuevos despidos, sin que haya crecimiento alguno del empleo. Eso sí, favorecen la imposición del poder del/a empresario/a en la empresa, ya que el temor al despido, cuando hay casi 6 millones de personas buscando trabajo, actúa como impulsor de la sumisión y la obediencia.

Finalmente, la pretendida búsqueda de una mayor capacidad de adaptación de la negociación colectiva, se está saldando con una devaluación de ella. Se sabía, claro que sí, que con un tejido empresarial compuesto de pequeñas y pequeñísimas empresas, la negociación en el seno de estas –sin ningún tipo de “cortafuegos” procedente de la negociación sectorial- se iba a entablar entre partes desiguales en poder y, por tanto, podía terminar con la imposición de las condiciones de trabajo que solo favorecen a la empresa. Se sabía también que, limitando la ultra-actividad a un año de vigencia, bastaba esperar ese tiempo para que el convenio colectivo se muriera. A partir de ahí, el temor de los/as trabajadores/as a quedarse sin convenio colectivo y, así, al albur de otro peor o del propio poder empresarial, ejerce como elemento de convicción para aceptar las posibles rebajas de derechos que las empresas puedan poner encima de la mesa.

Todo lo anterior es lo que se estaba buscando. Pura ideología y poca ciencia. Lo bueno de descubrirlo es que nos permite afirmar que hay otra forma de entender y hacer las cosas. Que hay alternativas. Economistas frente a la Crisis apuesta por ellas.


2 comentarios:

Concha Carbonara dijo...

Me parece muy interesante, pero me da la impresión de que la autora de este papel tambien participó de ese mismo contenido ideológico que ahora denuncia cuando fue secretaria de empleo del gobierno Zapatero

Anónimo dijo...

La experiencia en materia de reformas laborales nos ha enseñado que se debería limitar la capacidad de los ejecutivos de turno a realizar reformas laborales en tiempos de crisis a través del Real Decreto-Ley. Esto es realizar un Pacto que impida la deriva ideológica que rezuman tanto las últimas reformas laborales como las anteriores.
Acabad con la crisis del trabajo y del empleo!