miércoles, 26 de febrero de 2014

ESTADO DE LA NACIÓN, CORTESIA PARLAMENTARIA Y TARIFA PLANA











Ayer se celebró el debate parlamentario sobre el estado de la nación. Como bien saben los lectores de este blog, no es un acontecimiento al que normalmente se refiera esta bitácora. No sólo por lo previsible del discurso del presidente de gobierno, sino por el marcado cariz bipartidista con el que ha nacido este trámite y la rigidez con la que se plantean las intervenciones y las respuestas en el aula parlamentaria.

El debate de ayer no se apartaba de estos parámetros, si bien tenía la peculiaridad de confrontar el discurso delirante de un gobierno para el cual “todo va bien porque podía ir mucho peor y además hay que confiar en que lo pésimo ya ha pasado”, frente a los espejos de la realidad que le hacían ver la práctica totalidad de los grupos parlamentarios desde sus propios enfoques. No obstante, dos datos sobresalen de esta previsible descripción del supuesto debate. En un cierto momento, el presidente del gobierno ha despreciado públicamente a un parlamentario de la tercera formación política en votos de este país y este hecho grave se ha resuelto por los comentaristas políticos como un acto de descortesía parlamentaria. En otro aspecto de su discurso, el presidente ha sugerido una nueva medida de reforma para la creación de empleo que tiene que ver con el abaratamiento de los costes salariales de las empresas, a través de la creación de una cantidad fija y reducida de cotización por cada contrato indefinido concertado, lo que se llama “tarifa plana”. Los dos son temas que merecen un comentario.

Las intervenciones de los distintos participantes de la izquierda plural se caracterizaron por su incisividad en la defensa de los derechos de los trabajadores y en los derechos sociales, degradados, agredidos y puestos en peligro por las políticas gubernamentales. Además la denuncia de la corrupción ocupó una buena parte de sus discursos. La restricción de tiempos y la rigidez de un procedimiento que no da espacio real al debate entre fuerzas políticas hace que las intervenciones tiendan a ser lapidarias y asertivas. El diputado Joan Coscubiela estuvo especialmente eficaz en un discurso en el que subrayó las mentiras del gobierno y su complicidad con la corrupción. El presidente de la cámara le quitó la palabra y le impidió acabar, con el pretexto de que había sobrepasado su tiempo. No hay precedentes en ese sentido en ningún parlamento democrático europeo en donde se quite la palabra a un parlamentario mientras interpela al gobierno. El Reglamento del Congreso español, sin embargo, está expresamente concebido como una herramienta de apoyo al gobierno y de marginación de las minorías. El parlamentarismo en España no se concibe como un espacio de debate abierto de proyectos de sociedad diferentes, sino como un lugar insonorizado donde el impulso del gobierno está aislado del ruido de visiones políticas alternativas. 

Por si esto fuera poco, el presidente del gobierno, en el turno de réplica, mientras que a Cayo Lara le espetaba que debía saber vivir en el siglo presente – no se entiende bien esa obsesión del PP por situar en el pasado el proyecto de la izquierda plural cuando ésta demuestra tener cada vez más arraigo en nuestros días - , consideró conveniente despreciar al diputado de Iniciativa per Catalunya y contestarle “que usted lo pase bien” como toda respuesta a su intervención.  No es sólo un acto de descortesía parlamentaria la que tuvo Rajoy con Coscubiela, sino la manifestación del desprecio que le produce el debate y la confrontación sobre los aspectos más negativos de su actuación. Para el presidente del gobierno, por tanto, la intervención de un diputado elegido por miles de ciudadanos y ciudadanas, que forma parte de la tercera fuerza política de este país, puede ser despachada sin más respuesta que la de no tomarla en consideración.  Al presidente de un gobierno democrático no se le puede permitir que menosprecie la voluntad popular y la función del parlamento. Porque el pluralismo político obliga a contestar y fijar posiciones en un debate democrático. No es por tanto un problema de cortesía, es un problema de democracia.

El segundo punto por subrayar es la propuesta, muy comentada en los medios, de reformar la cotización a la seguridad social como forma de reducir los costes salariales. Según ha explicado el presidente del gobierno, cada nuevo contrato laboral por tiempo indefinido se beneficiará de una contribución empresarial fija y reducida, sin relación con el nivel salarial del trabajador o trabajadora asumido. La rebaja de cotizaciones que se realiza a través de esta medida ha sido objeto de elogios por parte de las asociaciones empresariales y de críticas por parte de los sindicatos. En un momento en el que se habla de la sostenibilidad del sistema de pensiones, este tipo de medidas atacan directamente la financiación del mismo y provocarán amplios efectos de exclusión y de desprotección social. El uso de las bonificaciones y subvenciones como medidas de fomento del empleo han demostrado su ineficacia desde hace tiempo. Y para ello es indiferente que sean 100 o 205 euros, como se ha puesto de manifiesto.

La medida propuesta se defiende por sus impulsores sobre la base de las argumentaciones ya conocidas. La rebaja de los costes salariales – en este caso los costes de “entrada” – favorecen directamente la empleabilidad, es decir, incentivan a que el empleador contrate nuevos trabajadores. La reforma laboral ha garantizado que los costes de salida sean muy reducidos, ahora es el momento de abaratar sustancialmente los costes de ingreso.  Pero, siguiendo con esa misma línea argumental, es muy posible que los empresarios valoren de manera muy favorable para sus intereses la sustitución de los trabajadores fijos que tienen en activo con las cotizaciones sociales “ordinarias” por nuevos trabajadores con cotización “plana” y reducida. Es decir, que la medida podría generar, como sucedió en otros tiempos con el contrato temporal de fomento del empleo y la bonificación de seguridad social que llevaba aparejada, un efecto de sustitución de mano de obra fija por temporal. En este caso de trabajadores con cotizaciones sociales “fuertes” reemplazados por fijos de “tarifa plana”. Con ello el efecto de la norma sería el de acelerar la destrucción de empleo, precisamente del empleo estable y e una cierta cualificación profesional, puesto que la tendencia a la sustitución será más fuerte cuanto más cercana esté la aportación empresarial a la seguridad social al tope máximo de cotización. Otro hallazgo por tanto de nuestro gobierno en materia laboral. Otra forma de decir a todos los ciudadanos “que ustedes lo pasen bien”. Y en eso estamos.

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