lunes, 24 de marzo de 2014

LAS MARCHAS DE LA DIGNIDAD. MADRID, 22 DE MARZO DE 2014.








(Fotos de la manifestación del sábado tomadas de www.eldiario.es )
 



El sábado la calle de Madrid estuvo tomada por una marea humana que provenía de todos los lugares de España clamando por una política que respetara la dignidad de las personas. Repitiendo figuras de la movilización muy eficaces, dividida en columnas que “entraban” el la ciudad desde diferentes puntos geográficos, identificadas por su comunidad autónoma de origen, el centro neurálgico de Madrid, desde la Plaza de Colón hasta la glorieta de Atocha, estuvo ocupada por la gente que se manifestaba. Fueron cientos de miles de personas, aunque la policía diera cifras ridículas – 36.000 asistentes – y los medios de comunicación afectos al poder económico las reiteraran – el diario “El País” calculó la asistencia en 50.000 manifestantes. 

La entrada de las “columnas” emocionó a la gente que las recibía. La mayoría de los que llegaban en ellas eran personas mayores, jubilados pidiendo una pensión digna, y gente de edad madura, muchos de ellos expulsados del trabajo al perder sus empleos. Más hombres que mujeres. Se fundieron con la multitud de madrileños que una vez más salieron a la calle a movilizarse contra las políticas del gobierno. Con aire festivo, muchas parejas con niños. Una larga selección de conflictos laborales abiertos, entre ellos los incansables compañeros y compañeras de Telemadrid, a la espera de la Sentencia del Tribunal Supremo que posiblemente se comunique el próximo jueves 26. 

La convocatoria resultó un éxito, y es unánime achacar el mismo a la capacidad de todas las fuerzas sociales que participaron en la misma para lograr una perspectiva unitaria. La unidad y la convergencia de los movimientos sociales ha permitido una vez más demostrar el rechazo frontal de la mayoría de la población a la desigualdad y a la injusticia que se sufre como consecuencia de las decisiones del gobierno y de la acción de los poderes económicos. Y ha sabido denunciarlas como incompatibles con una visión democrática de la sociedad y de la política. Hay soluciones seguras - como atestigua el programa de la izquierda europea en torno a la candidatura de Tsipras para la presidencia europea – para invertir el sentido de estas decisiones que están excluyendo de la condición de ciudadanía a una amplia mayoría de la población y que consolidan un incremento espectacular de la desigualdad y de la ganancia privada concentrada en unos pocos. 

Es una manifestación de radicalidad democrática que debería ser tenida en cuenta no sólo en el plano de las dinámicas sociales, sino en su plasmación concreta en proyectos políticos que se confronten electoralmente. Perdida ya la perspectiva de la unidad de los sujetos políticos que se sitúan en la pluralidad de visiones radicales y alternativas, es importante que al menos en el debate político estas posiciones sigan manteniendo un planteamiento sustancialmente unitario y convergente entre las distintas posiciones que mantienen en el espacio electoral. Esta misma actitud es la que se debería promover ante movilizaciones sectoriales que tienen un mismo objetivo de oposición a las políticas de austeridad, como las que el sindicalismo europeo va a protagonizar el próximo 3 de abril y que en España se concreta en manifestaciones y concentraciones en una larga lista de ciudades españolas. 

En la presentación mediática de esta impresionante presencia de masas en la calle, se han resaltado los enfrentamientos con la policía que se produjeron al término de la manifestación. La transmisión a una opinión pública desinformada de una manifestación de  jóvenes “anti-sistema”, casi delincuentes, que se encargaron de lanzar piedras sobre los agentes del orden y romper escaparates y marquesinas. La policía fue la que dio el ultimátum indicando que la manifestación era ilegal a partir de las 21,30 y comenzó por tanto a cargar cuando todavía había muchas personas en la calle de retirada. Hay algunos testimonios muy sintomáticos, entre ellos el de la orquesta la Solfónica, cantando y tocando rodeados por la policía. La urgencia por impedir una acampada contra el pago de la deuda era la jurstificación para esta actuación desproporcionada y peligrosa de las fuerzas de seguridad. A la carga policial se une la existencia de una serie de personas que entienden que una manifestación es eficaz si se rompe mobiliario urbano y se confronta con los guardias a pedradas o botellazos. Pero la crítica no debe centrarse en los policías con ganas de pegar siempre y en todo momento a los manifestantes ni en aquellos que consideran un deporte políticamente correcto correr delante de los cascos y las porras, sino en la delegación de gobierno y en el ministerio del interior, que dirigen el proceso y dan las órdenes. La policía no da un ultimátum de desalojo si no tiene la orden superior para ello. Son por tanto, una vez más, las responsabilidades políticas las que deben ser exigidas en este caso, que sin embargo se querrá saldar con detenidos y multas millonarias según la estrategia represiva de este gobierno.

La gran manifestación se articulaba en torno a un valor moral y político, la dignidad de las personas. Este valor se encarnaba luego en diversas reivindicaciones, pero seguía siendo el sustrato de la movilización. La dignidad del ser humano como una exigencia pre-política, como condicionamiento previo de cualquier sistema organizativo de una comunidad nacional. No se ha escogido por tanto otras nociones – clave como la de ciudadanía, que tiene una referencia más directamente política, que se enlaza con el Estado social y un sistema de derechos que permiten garantizar situaciones de necesidad de las personas y obtener un trabajo que ofrece seguridad en la existencia y el goce de derechos individuales y colectivos que determinan las condiciones de trabajo y de empleo de las personas, un amplio espectro de reconocimiento de posiciones que son funcionales al desarrollo de estrategias de cohesión social y de igualdad. Se ha preferido hablar de dignidad porque en la situación actual se está viviendo una sensación extendida de injusticia y desvergüenza, de opacidad democrática y de corrupción generalizada, de enajenación del mundo real por un espacio de privilegios, cuyas consecuencias sobre la gran mayoría de la población es de una enorme indignidad. 

Así que de nuevo una enorme movilización popular que es otra vez más ignorada por el gobierno y despreciada por el poder económico. Pero los tiempos están cambiando y no sólo es una canción de otras épocas.

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