lunes, 16 de junio de 2014

EUROPA TRAS EL 25 DE MAYO. HABLA A. LETTIERI (I)



Antonio Lettieri ha realizado un análisis general sobre las elecciones europeas del 25 de mayo que se publica en este blog en dos partes.En él cobran mayor relieve los resultados italianos, británicos y franceses por razones evidentes. La traducción la ha llevado a cabo el Colectivo de Traductores Anónimos de Parapanda, pero podemos afirmar que quien ha dado forma a las palabras ha sido el Dómine Zépol, bien conocido de todos ustedes bajo su otra identidad, que no vamos a revelar ahora.


1. Hace quince años el euro nació bajo los mejores auspicios. La Unión Europea estaba atravesando la fase de más alto desarrollo de las últimas décadas. El ritmo de crecimiento del empleo había superado incluso al de los Estados Unidos de la New economy.

Tras la conferencia extraordinaria de los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea (Lisboa 2000) dedicada al desarrollo del empleo, la Comisión Europea calculó que que, a finales de la década, los países de la Unión alcanzarían el pleno empleo. Bajo estos favorables auspicios se inició el nuevo siglo del euro.

Sabemos que los años que siguieron no estuvieron a la altura de las promesas. En todo caso, la fase crítica de la economía europea empezó con la crisis de 2008, simbolizada en América por el colapso de la Lehman Brothers. La Unión Europea y, en particular, la eurozona reaccionaron a la crisis con la política de austeridad. Un contrasentido, cuyos resultados están a la vista.

La comparación con los EE.UU., donde surgió la crisis, es instructiva y despiadada. Tras la Gran recesión, a partir de 2010, los Estados Unidos continuaron su camino de crecimiento, aunque lento y discontinuo: la renta nacional ha vuelto a niveles anteriores a la crisis; el desempleo, que había alcanzado el 10 por ciento, ha bajado al 6,4 por ciento.  Por el contrario, en la eurozona bajo la cura de caballo de la austeridad ha permanecido atrapada entre la recesión y el estancamiento, mientras el desempleo ha continuado aumentando hasta apuntar al 12 por ciento (el 13,6 en Italia) con cotas catastróficas superiores al 25 por ciento en Grecia y España.  La política malsana de la eurozona, obsesivamente inspirada en la austeridad, no podía  ser peor.

2. En este cuadro hay que interpretar los resultados de las elecciones al Parlamento europeo. En los últimos treinta y cinco años estas elecciones han tenido un carácter más ritual que substancial. Esta vez no ha sido así. El Parlamento europeo se ha caracterizado, hasta la presente con excepciones marginales, por  una especie de partido único, formado por populares y socialistas, teológicamente filoeuropeo. Ahora, cerca del 30 por ciento de los nuevos electos pertenece a las filas de los “euroescépticos” cuando no abiertamente a favor de la salida de la Unión Europea. 

Si se hubiese votado  en 27 países de los 28 que componen la Unión, los dos partidos que forman la mayoría histórica del Parlamento europeo estarían por primera vez en minoría. Solo con el añadido de los representantes de los partidos alemanes, la base de la Gran coalición (CDE –CSU y los socialdemócratas), los dos partidos históricos del Parlamento europeo –populares y socialistas— recuperan una exigua mayoría.   Pero, más allá de la nueva composición del Parlamento, la novedad está en la fuerte derrota que han sufrido los gobiernos que están en la base de la construcción europea y de la eurozona. Los resultados electorales en Gran Bretaña y Francia cambian la geografía política de la Unión Europea.

Por primera vez en la historia secular de la democracia británica, los dos partidos de gobierno (conservadores y laboristas) salen derrotados por un tercer partido, el UKIP, partidario de la salida de la Unión, dejando atrás a los laboristas y relegando al tercer puesto a los conservadores que dirigen el gobierno con David Cameron. Según los sondeos, UKIP puede ser el primer partido en las elecciones generales de 2015, poniendo sobre el tapete la salida de la Unión europea.  Pero, incluso si esta circunstancia no se verificase, Cameron –intentando remontar la corriente— oreintará  su esfuerzo a un referéndum sobre “o dentro o fuera” de la Unión Europa. Todo ello en un cuadro que, más allá de la posición radicalmente “separatista” de UKIP, una mayoría de los conservadores tiene una orientación euroescéptica, si no abiertamente hostil a la Unión, y el Partido laborista de Ed Miliban está dividido en su interior.  La Unión sin la Gran Bretaña significaría una mutación histórica del horizonte europeo. Pero el debate post electoral está púdicamente lejos de una reflexión histórica de fondo sobre el futuro de la Unión y de sus errores  que le han llevado a este estado de cosas.  

Las elecciones en Francia, desde el punto de vista de la eurozona, han sido más explosivas.  El Front National de Marine Le Pen ha sobrepasado tanto al partido socialista del presidente Hollande que dirige el país como  a la oposición del UMP. La patria de los padres fundadores de la Unión y, posteriormente, del euro –desde Monnet a Schuman hasta Miterrand y Délors--  ve ahora a sus históricos partidos que, conjuntamente, han quedado reducidos a un tercio de los partlamentarios europeos.  Y el partido socialista de Hollande, dos años después de la conquista de la mayoría y de la presidencia, reducido a un mísero 14 por ciento del voto europeo. Y, según los sondeos, Marine Le Pen –tras haber dominado las elecciones locales y las europeas--  puede apuntar realmente al Elíseo con su plantaforma anti Unión. En todo caso, prescindiendo de los pronósticos, la partnership franco-alemana que ha sido durante más de medio siglo el eje de la construcción europea pierde sentido tras el colapso de los dos partidos principales que han sido históricamente los protagonistas de la Unión.

3. Los resultados de las elecciones de mayo han aparecido como sorprendentes en muchos aspectos. En realidad confirman clamorosamente el efecto mortal de la política del eje Berlín – Bruselas en los gobiernos de un gran número de países miembros.

Es España, el Partido Popular de Mariano Rajoy, que había ganado las elecciones a finales del 2011 con una amplia mayoría del 45 por ciento, ha visto que estallaba su apoyo electoral bajando casi veinte puntos.  En Grecia, Nueva Democracia, el partido de Antonis Samaras, a la cabeza del gobierno, ha sido superado por Syriza, dirigido por Alexis Tsipras, que exige la liquidación de las catastróficas políticas de la troika. Mientras, el Pasok, Movimiento socialista panhelénico, que triunfó con George Papandreu en las elecciones del 2009 con el 44 por ciento de los votos ha desaparecido prácticamente de la escena, quedando reducido  dentro de una coalición de iquierda moderada Elia (Olivo) a un humillante 8 por ciento de los votos.

Los casos en los que nos hemos centrado no son aislados. Otros muchos gobiernos han pagado el precio de la complicidad de las élites nacionales con la política de austeridad y de reformas antisociales de las autoridades europeas. En efecto,
los únicos partidos históricos que salen vencedores de las elecciones europeos son los dos que forman la Gran coalición en Alemania que conquistan entre ambos los dos tercios de los escaños en juego del Parlamento europeo. Una clara e inequívoca señal de la hegemonía que ha ejercido Alemania sobre la Unión y, en particular, sobre la eurozona.

En su conjunto, las elecciones europeas reflejan con sus resultados no sólo el fracaso de las políticas económicas y sociales que la Unión y, particularmente, la eurozona ha llevado a cabo para salir de la crisis. No menos grave se revela la crisis política de los regímenos democráticos que incluso la constitución de la Unión europea tendría que haber reforzado indicando un modelo de democracia. Una crisis que el actual debate se empeña en oscurecer atribuyéndole la responsabilidad de la aparición de los “populismos” de derecha e izquierda y a las degeneraciones extremistas que se entrelazan, rechazando rechazando buscar las causas profundas de la insurgencia de todo ello.

4. Diferente, y por muchos motivos opuesto a lo que generalmente se ha registrado en las elecciones de mayo, ha sido el resultado electoral en Italia. Los estragos de los gobiernos –de unos gobiernos que deberían ser la base democrática de las políticas europeas— no se han dado inesperadamente en Roma con el nuevo gobierno de Matteo Renzi.  La excepcionalidad italiana ha sido sorprendente. El gobierno de Renzi, nuevo líder del Partido Democrático y a la cabeza de un gobierno de menos de tres meses, ha superado la prueba de las elecciones europeas con un éxito total, alcanzando y superando el umbral mágico del 40 por ciento del voto. Un éxito inesperado e intrigante han dibujado los resultados electorales, aunque no inexplicable respecto al escenario del desastre de un gran número de gobiernos en funciones. En menos de tres años, desde el otoño de 2011, tres gobiernos italianos han sido barridos por el viento de la crisis. El primero en caer, con inestimable beneficio para la higiene política del país, fue el de Berlusconi. Pero la sensación de alivio que acompañó su caída tuvo una breve duración. El gobierno tecnocrático de Mario Monti significó un implícito y duro comisionado por cuenta de la Comisión Europea. Las elecciones de 2012 decretaron su fracaso, no de manera difererente a cuanto sucedió en otros gobiernos de la eurozona. El gobierno de Enrico Letta tuvo una vida más breve, esta vez derrocado por Renzi tras haber conquistado la secretaría del Pd y decidido a asumir directamente la dirección del gobierno.

La prueba de las elecciones europeas ha tenido, así, como objeto un gobierno sin pasado, nacido tres meses antes, cuyos electores podían juzgar sólo las promesas y, sobre todo, la nueva cara de un joven líder que desprejuiciadamente renegaba de las políticas de los pasados gobiernos y de su mismo partido una vez conquistados sus objetivos.  En otros términos, comportándose como un lider de una neonata oposición. Moviéndose hábilmente sobre los escombros de los pasados gobiernos, y con una deshinibida campaña electoral diririgida a abatir el tradicional lindar entre derecha e izquierda –recuérdese el ataque al sindicato y, en particular, a la CGIL--, ha disuelto substancialmente el efímero partido que inventó Mario Monti, que había absorvido una parte de los votos del centro-derecha; ha llevado al PD una parte de los votos de “Cinque stelle”, que Grillo había obtusamente dispilfarrado  al rechazar su apoyo condicionado al intento de gobierno de Bersani; y ha recogido votos de la derecha berlusconiana en fase de disgregación. De ese modo se ha manifestado la excepción italiana que ha visto el único gobierno del mapa europeo premiado triunfalmente por el voto de mayo.   

La pregunta que se pone encima del tapete es: ¿cómo quiere utilizar Renzi este éxito? La respuesta dependerá, más allá de todas las promesas de reforma, o de los «deberes» de montiana memoria, del cambio que   sea capaz de promover en la relación con las devastadoras políticas europeas. Todo un esfuerzo árduo y fuera de discusión.   Hasta ahora ningún gobierno ha conseguido  variar el eje político de la austeridad del binomio Berlín—Bruselas. Pero el resultado electoral ha abierto o, si se prefiere, hace que sea obligatoria una alternativa. ¿En primer lugar, este cambio es parte del proyecto que se orienta al «cambio» de Renzi? Lo cierto es que difícilmente se puede imprimir un giro significativo, un cambio de signo en la política de la eurozona en condiciones de aislamiento o, por el contrario, del cortejo de Angela Merkel, hábil timonel del acorazado alemán. Es lo que han hecho ya otros gobiernos de diversos colores sin ningún resultado apreciable. 

(Continua mañana la segunda parte)

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