sábado, 31 de octubre de 2015

XXIV ENCUENTRO EN MONTEVIDEO DE EX BECARIOS DE BOLONIA, TURIN Y CASTILLA LA MANCHA


Se está celebrando en Montevideo, en la Salón de Actos de la Presidencia de la República, el Encuentro de Ex-Becarios del curso de expertos latinoamericanos en relaciones laborales que inició hace 24 años y que se ha ido desarrollando en la sede de la Universidad de Bolonia primero, luego en la de Turin de la OIT y por fin en Toledo en la UCLM. Más de cien personas de ocho países latinoamericanos están compartiendo por dos días un trabajo conjunto sobre el tema que unifica el encuentro, dedicado a la Formación Profesional y Relaciones Laborales. El Encuentro ha sido declarado de interés por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de la República, y ha sido coordinado por Sandra Goldflus (en la foto de abajo) con Héctor Babace. 

El encuentro se basa en la elaboración de una serie de informes nacionales sobre el tema seleccionado, que posteriormente se discuten en común para intentar una declaración común sobre el mismo. En esta ocasión, se han confrontado las experiencias argentina, brasileña, colombiana, chilena, peruana y uruguaya. Al evento acuden también profesores de la UCLM y de la Universidad de Bolonia, que intervienen en el plenario. En este día lo han hecho Laura Mora, sobre el derecho a la formación profesional en tiempos de cambio radical del trabajo, y Antonio Baylos sobre el poder contractual de los sindicatos en materia de formación y trabajo, sobre la base de la experiencia española. Mañana intervendrán Joaquin Aparicio (UCLM) y Andrea Lassandari (Universidad de Bolonia), sobre la política de empleo,  con referencia específica a la formación.

El acto de clausura contará con la alocución de Carlos Tomada, ministro de trabajo argentino y ex-becario, y Pedro Guglielmetti, como verdadera alma mater de este curso. 

Al inicio del Encuentro, Zita Tinoco, abogada colombiana y ex-becaria, ha leido un saludo de Umberto Romagnoli, inspirador con Guglielmetti de estos encuentros. Su texto, muy indicativo del estado de ánimo de los juristas del trabajo europeos que han construido doctrinalmente el derecho laboral democrático de los estados sociales desde finales de los años sesenta del pasado siglo, se incorpora a continuación

        Queridas amigas, queridos amigos,

        Como algunos de los presentes saben, acaricié por largo tiempo la idea de participar en este encuentro, también porque es rico en significados. Viceversa, dado que no soy vivaz como Pedro, la única forma de participación que me puedo consentir es ésta de escribir un breve mensaje, que ha traducido la colega Daniela Marzi.

        Para empezar, siento el deber de confesar la sensación que experimenté durante mi último paseo latino-americano: en Lima y Arequipa; apenas hace poco más de un lustro. Fue entonces que me di cuenta de qué tener el pasaje de retorno en el bolsillo no me procuraba en absoluto la sensación de tener una especie de garantía que volvería a un territorio donde el derecho del trabajo es un elemento constitutivo de todo el sistema jurídico y que yo podría seguir creyendo en la universalidad de los valores propios de la concepción de este derecho que había asimilado estudiando su desarrollo durante toda la vida.

        Diverso, en cambio, era mi estado emotivo la primera vez que, por invitación vuestra, vine a América Latina. No es que me engañara al pensar que había efectuado un viaje más a través del tiempo que en el espacio. Pero me equivocaba al considerar que había dado un salto hacia atrás de quien sabe cuántas décadas. La verdad es que un injustificado sentido de superioridad en el límite con la arrogancia me impedía entender que estaba desembarcando en el futuro próximo de la propia Europa.

        Si he decidido hacer esta pequeña confesión, es para decir que los laboralistas –a los cuales la globalización de la economía y de los mercados impone deponer todo prejuicio- deben contradecir a los geógrafos: nuestros continentes se han acercado.

        De hecho, en el cuarto de siglo (y algo más) que nos separa desde el primer encuentro de becarios de Bolonia que se desarrolló precisamente aquí, en Montevideo, ha cambiado la idea del derecho del trabajo incluso en los países en los que nació casi cien años antes. La idea es la que de la experiencia latino-americana no ha salido jamás y que yo pensaba que no entraría jamás en la experiencia europea. Desde este punto de vista, por tanto, no se hace retórica vacía afirmando que el encuentro de hoy cierra una fase histórica y se sitúa en el interior de una transición densa de incógnitas.

        Por lo demás, perdida la seña de identidad y la unidad espacio-temporal que tenía antes, tampoco el trabajo es como en un principio: de ser mayúsculo y tendencialmente homogéneo, se ha vuelto minúsculo y heterogéneo. En efecto, la legislación lo ha re-mercantilizado y todos lo declinan al plural. En suma, lo que ha cambiado es el estatuto epistemológico de toda una disciplina jurídica. En Europa, el evento está haciendo tambalear a muchos, no sólo entre los laboralistas.

       Ahora la percepción ya es universalmente compartida: después de haber suscitado las más grandes expectativas, el derecho del trabajo del siglo XX no las ha satisfecho sino en parte y nosotros –si bien turbados por la ruptura del paradigma cultural del que la ley italiana que introdujo el estatuto de los trabajadores fue la expresión más acabada- tenemos la obligación (moral  más aún que profesional) de elaborar uno nuevo. ¿Cómo? Recuperando retrasos y arrinconando nostalgias. Incluso si esto no es sencillo.

Son dos los modos de comportarse ante el desmoronarse del éxito del derecho del trabajo del siglo XX. Se puede llorar sobre él; pero así se permanece clavado en el punto en el que estamos. O bien, se puede reflexionar sobre la etimología de la palabra que se usa en una circunstancia como ésta. La palabra justa es “desencanto”. Una palabra engañosa. Como lo son los oxímoron. La palabra de hecho dice que el “encanto” ya no existe, pero al mismo tiempo sugiere que puede volver. Por esto, el desencanto ha sido definido como “una forma aguerrida de esperanza”. Pero para realizarla, en el caso nuestro podría ser necesario también volver a poner en discusión, junto a la función del derecho del trabajo, el rol del laboralista que, cansado de custodiar a un derecho que está desapareciendo, tenga intenciones de romper el aislamiento de la autorreferencialidad en la que ha caído. Ello no significa que el laboralista deba correr detrás de los hechos, diría  Franz Kafka, “como un patinador principiante que, además, se ejercita donde está prohibido”. También porque los hechos son objeto de una vergonzosa manipulación. Y tal es precisamente la acusación principal dirigida con mayor frecuencia al derecho del trabajo del siglo XX por quienes teorizan la congénita hostilidad del derecho al trabajo del que hablan las modernas constituciones.

Pero esto es una locura; como lo es criticar al semáforo porque los accidentes de tránsito no disminuyan. En realidad, sólo a los personajes interesados en la industria de la chatarra puede venirles a la mente sugerir la abolición de este instrumento de regulación del tráfico con el pretexto de que todavía son muchos los conductores de vehículos que pasan en rojo. Los laboralistas saben lo qué está sucediendo en Europa después de la demolición del derecho del trabajo: mientras el desempleo no ha disminuido, ha aumentado la desregulación del poco trabajo que hay.

Es decir, que repensar el derecho del trabajo es un acto debido, pero ello no equivale a teorizar la subalternidad del mismo respecto del pensamiento dominante.

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