martes, 2 de mayo de 2017

UN DEBATE PARLAMENTARIO COMO MOCIÓN DE CENSURA


Sorprende la cantidad de interpretaciones y comentarios que ha suscitado el anuncio por parte de la dirección de Podemos y las confluencias de una moción de censura en el Parlamento. Las críticas han sido especialmente ácidas, insistiendo en que tal iniciativa “no es seria”, además de alinearla discrecionalmente bien como una ayuda al gobierno de Rajoy, bien como forma de romper el frente democrático contra la corrupción que representaban PSOE y Ciudadanos. Esta es la tesis que sostenía la muy comentada portada de El Pais, pero su intencionalidad ha sido recogida en lo esencial por esos mismos actores políticos. Otras voces, más afinadas, plantean dudas sobre el método y la forma de presentar esta iniciativa, sobre la interpretación que lamentablemente puede darse a la misma, y otros en fin comparan esta propuesta con el debate de la legislatura fallida en la que Sánchez no obtuvo los votos de Podemos y las confluencias en su pretensión de ser presidente del gobierno. A continuación se desgranan algunas consideraciones sobre este tema. (En la foto, cuatro representantes de los nobles oficios de Parapanda en la librería Anselmo Lorenzo de la capital debaten sobre este asunto mientras esperan que el librero les haga llegar un ejemplar de No tengáis miedo de lo nuevo, el inminente best seller de J.L. López Bulla y J. Tébar)

Ante todo la situación en la que nos encontramos. Los últimos acontecimientos – la operación Lezo – no sólo ha puesto de manifiesto ante la ciudadanía que en Madrid ha habido “todo un gobierno de la ciudad y el PP sostenido por una organización criminal”, como ha sintetizado acertadamente Manuela Carmena,  y que algunas empresas públicas como el Canal de Isabel II eran utilizadas como un cajero automático por el PP,  sino que además se ha hecho público un entramado de intereses y de presiones que involucran a miembros relevantes del gobierno de la nación – nada menos que al Ministro de justicia y al secretario de estado de interior – y del poder judicial, en especial al titular de la fiscalía anticorrupción. Gobierno y poder judicial se blindan ante cualquier participación o debate de partidos políticos y desde luego de la ciudadanía en general, que cuestionen directamente este tipo de relaciones viscosas, sobre la base de la negativa o de la remisión al procedimiento judicial en curso.

A su vez, los mecanismos ordinarios del control parlamentario, son notoriamente insuficientes. No sólo porque el reglamento de las Cortes y la propia actuación de los grupos parlamentarios cortocircuiten personaciones de relieve, como la del presidente del gobierno. En efecto, el intento de que Rajoy compareciera en un pleno del Congreso dedicado monográficamente a las últimas manifestaciones de la corrupción ha sido expresamente rechazada con el apoyo del bloque autodefinido como “institucional” del PP, PSOE y C’s, que prefieren derivar el tema al estudio de una comisión de investigación cuyo contenido y funciones se está negociando. Cuando se ha podido ver el resultado de la comparecencia del secretario de estado de interior, Jose Antonio Nieto, se ha comprobado el extraño sentido que para este miembro de gobierno tiene una comparecencia ante el Parlamento, donde se permitió atacar a los diputados que le preguntaban sobre el tema de la conversación y los acuerdos a que llegó con uno de los relevantes dirigentes de la trama criminal, sobre la base de desacreditar sus ideas políticas.

En la normalidad parlamentaria, por otra parte, desde la formación del gobierno del PP con el apoyo de C’s y la abstención del PSOE, hay una práctica convergencia en torno a un bloque central entre estos tres partidos que marcan el ritmo de los debates y el contenido de los mismos, expulsando de cualquier espacio de encuentro al grupo de Podemos y las confluencias de Galicia, Valencia y Catalunya. Es decir que el aislamiento parlamentario de las nuevas izquierdas es muy evidente, y su posible visibilidad se deriva necesariamente hacia las intervenciones de sus portavoces en el pleno del congreso, que es cuando pueden tener más receptividad social. La labor de producción de normas, al margen de las proposiciones no de ley, están severamente cuestionadas por los preceptos que posibilitan el veto del gobierno a la iniciativa legislativa del parlamento. El art. 134.6 de la Constitución establece que “toda proposición o enmienda que suponga aumento de los créditos o disminución de los ingresos presupuestarios requerirá la conformidad del Gobierno para su tramitación”, y sobre esta base, desarrollada reglamentariamente de manera muy amplia, el gobierno ha ejercido su derecho de veto sobre las propuestas aprobadas en la cámara. En abril de 2017, siete meses después de su toma de posesión, son ya 28 las proposiciones de ley vetadas. La Mesa del congreso, donde el PP no tiene mayoría, sólo ha dado vía libre a sendas proposiciones de ley del PSOE para paralizar la Ley de Mejora de la Calidad de la Enseñanza (LOMCE) y para equiparar las condiciones laborales de los trabajadores de subcontratas, pero en estos casos el Gobierno ha impugnado estas decisiones del Congreso como conflicto de competencias ante el Tribunal constitucional, que será quien decida si el Parlamento tiene en nuestro país el derecho de legislar o si esta iniciativa está supeditada a la autorización del Gobierno.

Quiere esto decir que en la nueva legislatura, el rol de Podemos en el Parlamento es extremadamente reducido, lo que explica en parte la insistencia de este partido en golpes de efecto que le permitan ganar presencia mediática y participar de esta forma en la creación de opinión pública. Aunque el resultado en términos de eficacia y de ampliar consensos sea dudoso.

Es en ese contexto en el que se comprende la presentación de una moción de censura. En el sistema parlamentario español, se requiere para ello contar tan sólo con un 10% de los diputados, aunque obsesionado el constituyente con el ejemplo italiano que se entendía “disfuncional” a un diseño político organizado desde el gobierno con un parlamentarismo de control, pero no directivo de la acción del mismo, se optó por la llamada “moción de censura constructiva” que requiere presentar un candidato a presidente de gobierno y obtener la mayoría de los votos de los diputados del Congreso. La moción de censura se ha contemplado por tanto hasta la actualidad en el contexto del bipartidismo corregido que ha caracterizado al sistema español – al punto que ningún grupo de ámbito estatal podía reunir el 10% de diputados requerido – y todavía hoy muchos de los comentarios que se pueden leer parten, implícitamente, de esta contemplación.

El debate al que obliga la moción de censura abre por consiguiente un espacio de discusión que el Parlamento ha querido reducir y amortiguar sus efectos. Lo importante de esta iniciativa no es que culmine con el éxito de su pretensión, la censura del gobierno y su sustitución por el que liderara el candidato propuesto por Podemos, sino poder forzar un cuestionamiento público, que naturalmente acaparará la atención de los medios, del gobierno y de la actuación de mismo en relación con el fenómeno de la corrupción como un método de financiación y de gobernanza de partes importantes del sistema, junto con la propuesta de medidas de resaneamiento y de regeneración y participación democrática.

Este es por otra parte el valor que desde el sindicalismo confederal se ha dado a esta iniciativa. En opinión de Ignacio F. Toxo, la moción de censura es un instrumentoperfectamente válido, como podría haber sido otro para llevar al Parlamento un debate que está en la sociedad en clave de alarma”. En efecto, la situación de la corrupción debe ser abordada en el Parlamento con seriedad – no a través de una Comisión de investigación opaca – y esta es también la opinión de Pepe Álvarez, porque “de una manera u otra” este debate debe llevarse a cabo. Pero la consulta de Podemos a los sindicatos y a algunas otras instancias de relieve, no sólo busca una legitimación social que en el Parlamento ve negada por el rechazo casi instantáneo de su propuesta por parte de PSOE y de C’s, sino la posibilidad de abrir el debate – la censura – a otros aspectos que siguen siendo fundamentales aunque no se consideren en el centro de la atención pública.

Se trata de una oportunidad para volver a recuperar las propuestas de cambio que se habían ido enunciando durante los períodos electorales de diciembre de 2015 y junio de 2016 y han caído en el olvido inexplicablemente. Temas como la derogación de la Ley mordaza, la derogación del art. 315.3 del Código Penal, la necesidad de una reformulación enérgica del sistema jurídico laboral tras el ciclo de retrocesos sociales del 2010-2015, y otras reivindicaciones que deben ser esgrimidas como motivos de cuestionamiento al gobierno, aunque en realidad lo sean también a todo el sistema de partidos que ha dado la espalda a un momento de cambio importante. Es una constatación que se hace desde el sindicalismo de forma muy clara: “La oposición tiene que tener una posición mucho más firme en aquellos elementos relevantes para la vida de la ciudadanía”, - ha declarado Ignacio F. Toxo - porque “una acción parlamentaria mucho más firme doblaría la voluntad de un Gobierno que se ha instalado en la austeridad”.

Este es pues el objetivo. Un debate político extenso que se aproveche de este mecanismo, la mocíón de censura, y le de otro significado en un momento histórico en el que el bipartidismo está cuarteado y el gobierno del PP carece de mayoría absoluta. La iniciativa ha molestado a C’s porque para este partido pone en peligro la estabilidad del gobierno que es, en su opinión, el elemento central de la recuperación económica, pero su electorado es especialmente sensible al tema de la corrupción. Y al PSOE fundamentalmente, que vive esta iniciativa como un ataque dirigido al proceso de definición y de liderazgo en el que está inmerso. Sin embargo, es posible que el PSOE aproveche también este espacio de debate para poder presentar ante la opinión pública sus alternativas de gobierno y la crítica a la actuación del que soportamos, remarcando con fuerza su posición claramente contraria a la corrupción como fórmula de financiación de los partidos políticos y de regir las relaciones con el ejecutivo y el judicial, en un intento de impedir el funcionamiento de los mecanismos preventivos y represivos de la actuación criminal de las personas interesadas.

En la medida en que todas las fuerzas políticas desvinculen el debate de su resultado, se puede buscar seguramente elementos comunes que garanticen una cierta inmunización del sistema judicial frente a las presiones partidistas que encubren tratos de favor evidentes y obstaculizan la respuesta del sistema, además de otro tipo de compromisos que pueden resultar beneficiosos desde el punto de vista del ecosistema político. Pero también es el momento de volver a debatir sobre opciones de gobierno reales, sobre la necesidad de replantearse cambios legislativos, revisar la asfixia programada de los ayuntamientos delas candidaturas ciudadanas sobre la base de las exigencias del capital financiero, repensar la capacidad de actuación en la estabilidad monetaria europea con políticas sociales, formar parte de un amplio movimiento por la democratización de Europa.


Esperemos por tanto como se desarrollan los acontecimientos. Mientras tanto, hay que valorar positivamente la propuesta de lanzar una moción de censura como forma de abrir un debate político sobre la corrupción y las formas de gobierno.

No hay comentarios: